Del expolio del Museo Arqueológico de la ciudad de Barcelos perteneciente al siglo XIII, consta una leyenda muy curiosa referente al gallo.
Según la misma, los habitantes de Burgos andavan alarmados por un crimen cometido y aún más por no haberse descubierto su autor. Cierto día apareció en la ciudad un individuo de origen gallego que se hizo sospechoso. Las autoridades decidieron detenerlo y a pesar de sus juramentos de ser inocente, nadie le creyó. Nadie creía que el individuo se dirigiera a Santiago de Compostela en cumplimiento de una promesa; que fuera fevoroso devoto del Santo que en Compostela se veneraba, así como decía serlo de la Virgen y de San Pablo. Fué condenado a morir en la horca. Antes de ajusticiarlo pidió que lo llevasen a la presencia del juez que le había condenado. Concedida la autorización lo llevaron al domicilio de dicha Autoridad que en esa hora estaba comiendo con unos amigos. El gallego volvió a protestar de su inocencia y ante la incredulidad de los presentes, señalando un gallo que asado estaba en la mesa, exclamó: "¡Tan cierto de que soy inocente que ese gallo cantará cuando me ahorquen!" Los presentes escarnecieron y se burlaron del gallego. Pero lo que parecía imposible se volvió realidad. Cuando el peregrino estaba siendo ahorcado, el gallo asado, que los comensales no se atrevieron a tocar, se irguió y cantó. El juez fue corriendo donde estaba la horca y con espanto vió que la cuerda que rodeaba el cuello del hombre, tenía el nudo flojo, impidiendo el estrangulamiento. Inmediatamente lo soltaron y mandaron en paz. Pasados años, regresó a Barcelos y hizo levantar un monumento a la Sma. Virgen y a Santiago Apóstol.
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