domingo, 19 de agosto de 2012

Cerebro Abdominal


Tenemos dos cerebros: uno en la cabeza y otro oculto en nuestras entrañas. Los neurólogos han hallado que este último también es capaz de recordar, ponerse nervioso y dominar al otro.

Hace 4.500 años, los eruditos egipcios situaban en la parte más prosaica de nuestro organismo, con sus intestinos inquietos y pestilentes, la sede de nuestras emociones. En el Papiro Smith, por ejemplo, ya puede leerse que el estómago constituye la desembocadura del corazón, el órgano “donde se localizan el pensamiento y el sentimiento”. De este modo, cualquier manifestación o alteración en la mente cardiaca se refleja indefectiblemente en el aparato digestivo.

En el Papiro Ebers (1550 a. de C.) se describe esta relación anatómica y funcional: “Tratamiento de una gastropatía. Si examinas a un hombre con una obstrucción en el estómago, su corazón está atemorizado, y en cuanto come algo, la ingestión de alimentos se hace dificultosa y es muy lenta”.


Durante siglos, los galenos prestaron más atención a nuestro vientre que al cerebro, órgano al que tradicionalmente se le otorgó el cometido menor de ventilar la sangre. En todas las culturas antiguas y modernas se ha tenido la conciencia, de que nuestras tripas son capaces de experimentar emociones.

Al recibir una buena noticia, un cosquilleo placentero invade la barriga, como si en su interior revolotearan miles de mariposas. Por el contrario, las situaciones de tensión, miedo o aflicción hacen que el estómago se encoja y sintamos como si un roedor escarbase en nuestras entrañas. La repulsión hacia algo o alguien puede llegar a producir náuseas e incluso provocar el vómito. Este mar de sensaciones estomacales empieza ahora a encontrar una explicación dentro de los límites de la ciencia. Fruto de décadas de trabajo, los científicos están en condición de afirmar que, por inaudito que pueda parecer, en el tracto gastrointestinal se aloja un segundo cerebro muy similar al que tenemos en la cabeza.

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